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Entremés sobre el misterio de los espejos

Collage con la portada original de The Third Policeman (O’Brien, 1967)

Nunca creyó Velázquez en lo que Nieto le dijo sobre los espejos. Es verdad que su experiencia con los espejos le había deparado situaciones que escapaban a su comprensión, pero se negaba a dotarles de la capacidad de trastocar la naturaleza del tiempo. Además, desconocía la lengua gaélica por lo que las traducciones que Nieto hacía de un pensador llamado de Selby siempre le parecían sospechosas. Para su sorpresa, durante un tiempo el Rey accedió a financiar ese extraño proyecto, y esas adquisiciones ahora le resultaban muy útiles[1].

Sin embargo, tenía que reconocer que lo que aconteció aquella tarde superaba sus expectativas y que los espejos desprendían un aura diferente.

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[1] De Selby cultivó y trató de probar en múltiples ocasiones de su vida una peculiar teoría sobre los espejos. Según esta teoría, cuando un hombre se sitúa ante un espejo y ve su imagen reflejada, lo que ve no es una auténtica reproducción de sí mismo, sino una imagen de cuando él era más joven. [1.1]

La explicación de de Selby a este fenómeno es bastante sencilla: la luz tiene una velocidad de desplazamiento determinada y finita. Para existir el reflejo de cualquier objeto en un espejo, es necesario que los rayos de luz se dirijan primero al objeto para que, de este modo, impacten contra el espejo y así éste los devuelva de nuevo contra el objeto; por ejemplo, contra los ojos de quien mira. En consecuencia, existe un apreciable y calculable intervalo de tiempo entre el instante en que el hombre mira su propio rostro en un espejo y el registro de la imagen reflejada en sus ojos (de Selby, p1022). En una vasta sucesión de espejos dispuestos en paralelo, la imagen devuelta sería ostensiblemente más joven que la de la persona que mira el supuesto reflejo de sí. De Selby, tras varios experimentos, dijo “haber estado a punto de ver una imagen suya de la infancia”, pero encontrarse limitado por “la curvatura de la Tierra y las incapacidades de las tecnologías ópticas”.

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Todo empezó cuando, jugando con las damas de la Infanta, el perro desplazó el espejo que estaba en el suelo de la sala. El guardadamas real estaba presente durante el percance y fue a avisar a Nieto y Velázquez. Cuando Velázquez llegó a la sala encontró a Nieto y al guardadamas discutiendo sobre el espejo. Para su sorpresa, el espejo estaba situado en la posición exacta en que él lo había situado tras días de cálculos.

– Perdonad, Nieto, ¿decís que era ese el espejo desajustado?- dijo Velázquez

– Sí, Velázquez. Cuando llegué, el espejo estaba en el suelo volcado, unos metros más allá.

– ¿Y fue vos quien lo volvió a situar?

– No, fue el guardadamas quien lo cogió sin comentarme y lo puso en la posición que veis, ¿es la correcta?

– Sí- musitó Velázquez. Miró nuevamente hacia el espejo y vio al guardadamas agachado junto a él, acariciándolo en el canto-. ¿Era de eso de lo que estabais hablando?

– Le estaba diciendo que os esperara antes de hacer nada, pero no entraba en razón. Me decía que sabía cuál era la posición en que el espejo quería estar – dijo Nieto mientras se marchaba-.

Velázquez hizo el ademán de acercarse a hablar con el guardadamas, pero finalmente pidió quedarse solo en la sala para comprobar que todo estaba correcto para el evento. Se sentó en el taburete que solía usar para pintar y observó la escena que se daría al día siguiente. Su mirada se concentró en otro de los espejos y rememoró unas sensaciones que no sentía desde hacía ocho años.

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[1.1] No hay pruebas de que Nieto entendiese, ni siquiera leyese por completo, la obra de de Selby. Palomino afirma que Nieto solo conocía “un máximo de cincuenta palabras del gaélico” (Palomino, p164). Pese a eso, Felipe IV- y su desesperada situación política- confiaron en él inicialmente para aquel proyecto. Tras la adquisición de los primeros treinta espejos las arcas de la Corona quedaron al borde de la bancarrota y el proyecto quedó parado. Aún así, Nieto hizo una tarde un intento con su propio rostro donde dice que vio su imagen “con el aura del alba madrileño”.

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Nuevamente un espejo. Siempre fue un científico pero durante años los espejos se habían escapado a su comprensión. Por eso dedicó muchos años a estudiarlos. Creía que ya los había dominado pero nuevamente le producían esa sensación de vulnerabilidad, de que en ciertos momentos eran los espejos quienes le daban indicaciones a él sobre lo que tenía que hacer.

Sabía que solo le quedaba dejarse llevar, como tantas otras veces en el pasado. Se acercó con mimo a cada uno de ellos y les susurró unas palabras. Estaban preparados para el espectáculo.

Al día siguiente, la magia se hizo.

Bibliografía

de Selby. The country album. Dublín, 1612.

Palomino, Antonio. Parnaso pintoresco laureado español. Madrid, 1724

Con cariño para Antonio Sáseta: gran maestro, excepcional oyente.

José Sánchez- Laulhé, 2020

Este texto es una ficción remezclada con “El tercer policía” de Flann O’Brien (1967), traducción publicada por Nórdica Libros (2006).