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Equinoccio de primavera 2020, por Salas Mendoza

Captura de Kleos / Jardín Cosmopolita con el patio de la Carbonería, Sevilla.

En estos días de pausa hemos aprovechado para actualizar la app Kleos Sevilla con todos los datos de especies botánicas que se han ido subiendo colaborativamente a la plataforma Jardín Cosmopolita desde que se abrió.

De este modo la próxima vez que salgamos a pasear por las calles y jardines de Sevilla serán muchas más las plantas que resuenen con su Kleos.

A modo de aperitivo aquí os dejamos el paseo por uno de los últimos jardines cartografiados, el patio de La Carbonería, en honor al maestro Antonio Sáseta Velázquez.

Os invitamos a seguir subiendo las plantas de vuestros patios y balcones en el mapa.

Hasta pronto.

En el vídeo se van mostrando algunas de las plantas del patio de la Carbonería con piezas musicales de las regiones de donde proceden las plantas.

Kleos Sevilla es una propuesta sonora creada por Antropoloops + Datrik intelligence y Nomad Garden con comunicación de Surnames Narradores Transmedia y producción de El Mandaito para el proyecto Jardín Cosmopolita, propuesta de Luces de Barrio que explora espacios de coexistencia entre la naturaleza y la sociedad. Un proyecto del Ayuntamiento de Sevilla con la colaboración de la Junta de Andalucía y del IAPH, que forma parte del programa oficial de la comisión nacional del V centenario de la 1ª vuelta al mundo.

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Post original en Garden Atlas / Jardín Cosmopolita. Pueden verse también los enlaces al proyecto Jardín Cosmopolita de Nomad Garden (Salas Mendoza, Franciso José Pazos, Sergio Rodríguez y colaboradores) y como parte de éste el proyecto Kleos (NG con Rubén Alonso / Antropoloops y Datrix Intelligence).

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Salas Mendoza Muro es Arquitecta y Máster en Ciudad y Arquitectura Sostenibles por la Universidad de Sevilla. Forma parte del equipo Nomad Garden. Cursó con AS la asignatura Análisis de Firmas Arquitectónicas, — ETS Arquitectura –, durante el curso 1997-98.

Carta abierta sobre Antonio Sáseta, de Roberto Narváez

CARTA ABIERTA SOBRE ANTONIO SÁSETA

Pensando en mi Amigo y Mágico Maestro Antonio Sáseta.

Nunca podré olvidar aquel primer día de clase, como alumno de Historia de la Arquitectura II de la ETSAS. Yo solía estar en desacuerdo con los compañeros/as que, por sistema, no asistían a la primera clase del curso con la excusa de «No se hace nada. Es la clase de presentación». Para mí, la clase de presentación era la más importante del curso y siempre asistía con expectación. Con la expectación de conocer a la persona que nos guiaría como profesor/a durante todo el curso. De conocer su discurso, sus maneras, métodos, preferencias… creo que era una manera de sentir seguridad y control como estudiante.

Aquel día, cuando me encontré con el profesor Sáseta, las sensaciones fueron diferentes a las que tuve con cualquier otro/a profesor/a. No era un profesor como los/as demás. No parecía haber un programa de contenidos marcado, ni unos objetivos preestablecidos, ni unos criterios de evaluación estructurados. Todo parecía estar por construir. Mi sensación fue de incertidumbre. Una incertidumbre positiva a la que no estaba acostumbrado y que me enganchó con entusiasmo a aquel nuevo profesor para mí. Era una incertidumbre bonita, porque el discurso de Antonio era tan sólido y honesto, que me transmitía la seguridad esperada para dejarme llevar por sus propuestas abiertas hacia un estado de exploración, interacción y mucho disfrute. Con los años me he dado cuenta de que Antonio nos facilitó el acceso al verdadero aprendizaje natural que aún hoy está desgraciadamente ausente en la mayoría de las prácticas docentes. El aprendizaje que mejor se adapta a la creciente complejidad e incertidumbre constante con la que convivimos en el mundo del siglo XXI y que Antonio lleva practicando desde finales del XX. Preparando a sus alumnos para el mundo personal y laboral que les tocará en el futuro. 

El curso lo terminé realizando una recreación virtual (en aquel momento, el uso del CAD 3D y «renderizados» en video era aún escasos en la escuela) del Cenotafio a Newton, la obra utópica de Boullée, que pudimos «habitar y experimentar» desde lo virtual. La elección de la obra emergió de manera natural de la interacción con Antonio, con mis compañeros/as de clase y el material de consulta que Antonio nos recomendaba. Es decir, de la cultura que Antonio había creado en torno a la asignatura. Sin ninguna consciencia por mi parte del significado metafórico que estaba teniendo y que acabo de descubrir conforme escribo estas líneas.

Era un monumento póstumo, una tumba vacía, que homenajeaba a alguien que ya había pasado, y que fue precursor del paradigma científico que nos había acompañado por muchos años. El paradigma newtoniano, el de los fenómenos predecibles de causa-efecto lineales, moría para dar paso al nuevo paradigma del estudio de los fenómenos complejos, desde la multitud y diversidad de sus componentes, desde la interacción entre los mismos, desde la no proporcionalidad en las causas y efectos, desde la aparición de fenómenos emergentes, cuyos efectos son difícilmente predecibles desde el nivel de los componentes que conforman sus sistemas anidados. Fue justamente un monumento a un paradigma que, sin darme cuenta, había terminado para mí gracias a mi pertenencia a aquel grupo que Antonio había forjado.     

A partir de ahí, mis encuentros con Antonio se sucedieron. Coincidió en mi despedida de la ETSAS como estudiante, como miembro del tribunal que evaluó mi Proyecto Fin Carrera , y cómo no, en los talleres sobre diseño algorítmico y fabricación digital organizados desde FabLab. Mi sorpresa no pudo ser más grata cuando descubrí que Antonio seguiría siendo mi profesor.

La distancia conceptual entre Antonio y algunos de nosotros, los asistentes al taller, era tan amplia que, en ocasiones, nos costaba entender la posibilidad de aplicación real de sus propuestas sobre cómo usar algoritmos para el diseño arquitectónico. A esto se unían ciertas críticas de gente ajena a FabLab,  que nos consideraban como «frikis de la tecnología que tienen poco que ver con la arquitectura». Pero no nos importaba, disfrutábamos tanto con las geometrías y discursos de Antonio, que el mero divertimento ya merecía la pena. Pero posteriormente, tuve la suerte de realizar estancias en distintas escuelas de arquitectura europeas, muy bien consideraras, para darme cuenta de lo grande que era aquello que Antonio nos contaba.

Pude vivir en primera persona cómo los grupos de investigación más avanzados de escuelas como las de la AA de Londres, la ETH de Zurich o la TU de Viena, usaban ya la Ciencia de la Complejidad y todo un discurso teórico que sustentaba las aplicaciones arquitectónicas, del diseño algorítmico y la fabricación digital, que empezaban a producirse tanto a nivel experimental como en edificios reales, y que reivindicaban un cambio radical en nuestra manera de pensar, diseñar y ejecutar la arquitectura. Me di cuenta de que esto debía conllevar también un cambio radical en la manera de aprender arquitectura, y especialmente la Geometría Arquitectónica, que es mi especialidad. Fue entonces cuando pensé: «¡pero si esto es justamente lo que Antonio lleva diciendo desde hace más de veinte años en Sevilla!». 

Cuando volví a Sevilla tuve el honor de compartir, ya como profesor y junto a Antonio, algún nuevo taller que impartimos a través del ICE. Cada ratito, cada clase, cada charla con Antonio seguía, y sigue siendo cada vez más, de lo más ilustrativo para seguir aprendiendo de él. Y así lo sigo haciendo, aunque últimamente a distancia, disfrutando del material que comparte generosamente en Facebook. Como siempre, fuente de inspiración inagotable para los que tenemos la suerte de conocerlo, y que seguimos deseosos de poder seguir aprendiendo de él muchos años más.

La huella que empezó a dejarme aquel profesor de Historia II no la podré olvidar jamás y mi agradecimiento nunca será suficiente.

Sevilla. Marzo de 2020,

Roberto Narváez

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Sobre el autor: como cuenta en el texto, fue estudiante con Antonio Sáseta en la asignatura Historia de la Arquitectura II durante el curso 1999-2000, y posteriormente en PFC — ETS Arquitectura –, y más tarde en diversos cursos organizados por el Fab Lab de la Escuela, aunque muy pronto él mismo se convirtió en uno de los principales expertos locales en este campo del diseño paramétrico y la fabricación digital.

Arquitecto y profesor de Geometría (Ingeniería Gráfica) de la Escuela Técnica Superior de Edificación de la Universidad de Sevilla. Es uno de los autores, con compañeros y estudiantes, de sucesivos pabellones paramétricos construidos en el patio de Arquitectura-Edificación de la Universidad de Sevilla; trabajos que ha presentado internacionalmente en destacados centros de investigación, congresos y publicaciones.

Sasetacentúrix, por Miguel Gutiérrez-Villarrubia

Sasetacentúrix

Tenía el despacho en la terraza del bar de la acera de enfrente. Hablo en pasado de él porque las malas lenguas dicen que le han jubilado, pero yo sé que eso no es cierto.

Tenía el despacho en la terraza de enfrente, en el Barros. Un gesto hábil por su parte no se puede cerrar la puerta en un despacho como ese. Tampoco estaba prohibido fumar; otro gesto, menos hábil si uno se preocupaba por su salud, pero igual de subversivo.

Era un despacho muy peligroso, sin duda. Uno se acercaba a saludarle momentáneamente justo antes de tener que entrar en clase y acababa olvidándose del porcentaje de asistencia, de los apuntes y de los créditos (fundamentales para el conocimiento universitario) a cambio de una candorosa pasión y unas banales disertaciones (que, obviamente, son contra natura en el ámbito académico).

“Siéntate”, decía. Pese a la conjugación del verbo, nada de imperativo había en su voz. Y, sin embargo, o precisamente por eso mismo, te sentabas. Era como el maldito sombrerero de Alicia. Por la comisura de su boca, como un corte cavernoso, surgían enigmáticas palabras a un ritmo cadente, entre grave y rasposo, lo suficientemente lentas para seguir escuchando, lo suficientemente rápidas para no querer de dejar de escuchar.

Quizás ya habría alguien más atrapado en sus redes, quizás eras el primero ese día, pero siempre que alguien se incorporaba comenzaba un nuevo tema o te hacía partícipe del que ya rondaba: teatro, arquitectura, música, ciencia-ficción, geometría, cómics, óptica… La heterogénea caterva allí reunida se conformaba por una miscelánea de estudiantes, profesores contestatarios, matemáticos, técnicos de laboratorio, alguno de aquellos estudiantes célebres como El Habitante del Afuera o Pijamamán, una psicóloga alguna vez, juntaletras, informáticos sin título, fabricantes de sueños.

Melancólicos poliedros, el círculo abierto de Peter Brook, la esfera cúbica de Beà, la clepsidra catóptrica de las Meninas, los mocárabes de Pierre Menard, la cuadratura de los fascistas, la reivindicación del huso solar, el aberrante corte oblicuo de los árboles.

“Si quieres hacer una buena caja escénica necesitas muchos enchufes”, “a ver si te pasas por casa, que tengo muchos libros de ciencia-ficción”, “sea C una circunferencia de centro O y radio r…”, “una silla en escena no es una silla”, “bueno, ¿y a qué te estás dedicando ahora?”

Así eran las tertulias panópticas de la acera republicana de Reina Mercedes en los días con previsión de clima geométrico no euclidiano. Las más sesudas. Las más profanas. Un club donde no te podías hacer socio, un club de excluidos. Un hombre se sienta en una terraza cualquiera y es todo lo que se necesita.

Si fuese un sentimental estaría escribiendo algo así como “en mis tiempos en la Escuela había muchos profesores, pero un solo maestro”. La verdad es que no he aprendido nada bueno de él. He aprendido a ser contestatario, como una rana que salta. He aprendido a tratar y retratar a todos por igual, enanos o meninas, incluso desdeñando sardónicamente a la autoridad a un borroso y espejado segundo plano. He aprendido a ser irreverente. He aprendido a ser apasionado.

¿Qué se puede aprender de alguien que defiende la tesis dirigiéndose al público y no al tribunal, pasándose de hora, saliéndose con la suya, sopesando cada una de sus palabras en un adagio inexorable del conocimiento febril?

¿Qué aprenderán ahora los ilusos estudiantes de la Escuela?

Tenía el despacho en la terraza del bar de la acera de enfrente. Hablo en pasado de él porque las malas lenguas dicen que se ha jubilado, pero yo sé que eso no es cierto.

Al Bardo no se le puede amordazar.

Miguel Gutiérrez-Villarrubia, marzo de 2020

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Sobre el autor: nacido en Cádiz en 1988. Estudiante con AS en las asignaturas Arquitectura y Medio Ambiente y Teoría del Espacio Escénico, — ETS de Arquitectura –, durante el curso 2012/13.

Arquitecto y Máster en Urbanismo, Planeamiento y Diseño Urbano; actualmente es doctorando en la Universidad de Sevilla, investigando cuestiones urbanas, arquitectónicas, literarias y de cultura popular-contemporánea en Japón. Es además organizador del Festival de Manga de Cádiz.