Sasetacentúrix, por Miguel Gutiérrez-Villarrubia

Sasetacentúrix

Tenía el despacho en la terraza del bar de la acera de enfrente. Hablo en pasado de él porque las malas lenguas dicen que le han jubilado, pero yo sé que eso no es cierto.

Tenía el despacho en la terraza de enfrente, en el Barros. Un gesto hábil por su parte no se puede cerrar la puerta en un despacho como ese. Tampoco estaba prohibido fumar; otro gesto, menos hábil si uno se preocupaba por su salud, pero igual de subversivo.

Era un despacho muy peligroso, sin duda. Uno se acercaba a saludarle momentáneamente justo antes de tener que entrar en clase y acababa olvidándose del porcentaje de asistencia, de los apuntes y de los créditos (fundamentales para el conocimiento universitario) a cambio de una candorosa pasión y unas banales disertaciones (que, obviamente, son contra natura en el ámbito académico).

“Siéntate”, decía. Pese a la conjugación del verbo, nada de imperativo había en su voz. Y, sin embargo, o precisamente por eso mismo, te sentabas. Era como el maldito sombrerero de Alicia. Por la comisura de su boca, como un corte cavernoso, surgían enigmáticas palabras a un ritmo cadente, entre grave y rasposo, lo suficientemente lentas para seguir escuchando, lo suficientemente rápidas para no querer de dejar de escuchar.

Quizás ya habría alguien más atrapado en sus redes, quizás eras el primero ese día, pero siempre que alguien se incorporaba comenzaba un nuevo tema o te hacía partícipe del que ya rondaba: teatro, arquitectura, música, ciencia-ficción, geometría, cómics, óptica… La heterogénea caterva allí reunida se conformaba por una miscelánea de estudiantes, profesores contestatarios, matemáticos, técnicos de laboratorio, alguno de aquellos estudiantes célebres como El Habitante del Afuera o Pijamamán, una psicóloga alguna vez, juntaletras, informáticos sin título, fabricantes de sueños.

Melancólicos poliedros, el círculo abierto de Peter Brook, la esfera cúbica de Beà, la clepsidra catóptrica de las Meninas, los mocárabes de Pierre Menard, la cuadratura de los fascistas, la reivindicación del huso solar, el aberrante corte oblicuo de los árboles.

“Si quieres hacer una buena caja escénica necesitas muchos enchufes”, “a ver si te pasas por casa, que tengo muchos libros de ciencia-ficción”, “sea C una circunferencia de centro O y radio r…”, “una silla en escena no es una silla”, “bueno, ¿y a qué te estás dedicando ahora?”

Así eran las tertulias panópticas de la acera republicana de Reina Mercedes en los días con previsión de clima geométrico no euclidiano. Las más sesudas. Las más profanas. Un club donde no te podías hacer socio, un club de excluidos. Un hombre se sienta en una terraza cualquiera y es todo lo que se necesita.

Si fuese un sentimental estaría escribiendo algo así como “en mis tiempos en la Escuela había muchos profesores, pero un solo maestro”. La verdad es que no he aprendido nada bueno de él. He aprendido a ser contestatario, como una rana que salta. He aprendido a tratar y retratar a todos por igual, enanos o meninas, incluso desdeñando sardónicamente a la autoridad a un borroso y espejado segundo plano. He aprendido a ser irreverente. He aprendido a ser apasionado.

¿Qué se puede aprender de alguien que defiende la tesis dirigiéndose al público y no al tribunal, pasándose de hora, saliéndose con la suya, sopesando cada una de sus palabras en un adagio inexorable del conocimiento febril?

¿Qué aprenderán ahora los ilusos estudiantes de la Escuela?

Tenía el despacho en la terraza del bar de la acera de enfrente. Hablo en pasado de él porque las malas lenguas dicen que se ha jubilado, pero yo sé que eso no es cierto.

Al Bardo no se le puede amordazar.

Miguel Gutiérrez-Villarrubia, marzo de 2020

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Sobre el autor: nacido en Cádiz en 1988. Estudiante con AS en las asignaturas Arquitectura y Medio Ambiente y Teoría del Espacio Escénico, — ETS de Arquitectura –, durante el curso 2012/13.

Arquitecto y Máster en Urbanismo, Planeamiento y Diseño Urbano; actualmente es doctorando en la Universidad de Sevilla, investigando cuestiones urbanas, arquitectónicas, literarias y de cultura popular-contemporánea en Japón. Es además organizador del Festival de Manga de Cádiz.

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